Te voy a contar una de las pérdidas más tristes que he sufrido: La de la ilusión.
En 2012, llevábamos más de 20 años soñando con recuperar el bosque en el que la Hoya de Gualy estaba sumergido antes del 91.
Aún quedaban algunos años, pero se podía palpar. Los pinos ya medían cerca de 5 metros, las encinas y carrascas 6 o 7 y el monte se veía verde. Pero verde, verde.
La ilusión de poder volver a hacer excursiones en sombra hasta el pantano de Forata estaba a un par de años de hacerse realidad.
Ese año, el incendio más grande que se ha vivido en los últimos siglos en toda España, arrasó nuestra Terreta (apodo cariñoso con el que los valencianos llamamos a nuestra Comunitat) dejando 48.500 hectáreas negras.
Los periódicos decían 30.000, pero no. Fueron casi 50.000.
El incendio no solo pasó por encima de nuestra casa, si no que la enterró en llamas a su paso. El pinar que se salvó del incendio anterior —20 años atrás— y que llamábamos La Era se quemó hasta las raíces, dejando en el suelo boquetes del tamaño de una persona con pequeños túneles, donde habían estado ancladas las raíces. Eran pinos centenarios de 15 metros.
Y aún tuvimos suerte. Nos dio tiempo a poner unas protecciones metálicas en todas las ventanas y no se reventó ningún cristal. Solo con que uno se hubiera roto, la casa entera también hubiera ardido, por las ventanas y vigas de madera.


Cuando llegamos a ver si algo había quedado en pie, aquello parecía el mismísimo infierno.
Negro.
Gris oscuro.
Y más negro.
Y algún esqueleto de árbol que había conseguido quedarse en pie.
No le deseo a nadie esa visión. Ni a los ignorantes que lo provocaron.
Ni a los interesados que dejaron quemarse su propia tierra desde el interior más profundo de Valencia hasta el mar, por su propio beneficio (hola, políticos que aprovechasteis para ampliar el vertedero más escandaloso de Europa a orillas del Júcar).
El caso es que me acordé del libro Los Pilares de La Tierra.
Que cada vez que parece que, por fin, la vida te sonríe y te da lo que te mereces, ¡zas!, una desgracia cae sobre tu cabeza y te lo arranca de las manos.
Pero igual que en las novelas de Ken Follet, nada es permanente, tanto lo bueno como lo malo pasa.
Ciclos, lo llaman.
Cuando realmente te das por enterado de que la vida es así, cíclica, no es que sea más fácil, pero sí un poco más llevadero:
La vida es salud y es enfermedad,
es espera y es movimiento,




es volver atrás para continuar hacia adelante en otra dirección,
es tráfico fluido y atascos,
es verde y es negro.
Y sobre todo, la vida es vida y es muerte.
Estas desgracias siempre dejan una huella que nunca jamás ningún parche podrá tapar, ni arreglar, ni hacer mejor.
Nosotros perdimos nuestro bosque para el resto de nuestras vidas, a lo mejor mis hijos, vuelven a verla entre árboles, pero mi padre y yo no la veremos. Pero hay algo peor:
Un bosque no es nada comparado con el hueco que deja la falta de un ser querido.
Los agujeros de medio metro de diámetro en el lugar en el que antes se anclaban pinos de 20 metros de altura, nada comparado con el agujero que deja la ausencia de alguien que para ti lo es todo.
Son agujeros con los que tendrás que aprender a vivir. E ir tapando poco a poco.
La buena noticia es que se puede. Todos podemos. Estamos hechos para vida y la vida está compuesta de nacimiento y muerte.
Así esta bien, porque no puede ser de otra manera; igual que el cielo no podrá ser nunca de color verde fosfi aunque sea tu mayor deseo.
Así de fácil: Aceptas, y aprendes a vivir con ello.
Lo único que puede sostenerte es saber que se puede ser feliz pase lo que pase, solo necesitas un tiempo de regeneración como nuestro monte. Ya no será bosque, no volverá a ser como antes, pero todo vuelve a florecer. Y puede ser bonito de manera diferente.
¿Qué tiene todo esto que ver con el miedo?
Miedo al peor escenario posible.
Miedo al dolor. A la pérdida.
Miedo al cambio; miedo a la vida.
Ahora te lo hilo todo, pero primero aclaremos algo:


1- ¿Qué es realmente el miedo y por qué es bueno o peligroso, según lo uses?


El miedo es una percepción negativa que te pone alerta ante un supuesto peligro para ti.
El miedo es genética y es supervivencia (siempre y cuándo no te paralice cuando debería hacerte correr).
Es bueno y es necesario en una persona cuerda. Pero al mismo tiempo puede suponer muerte en lugar de supervivencia:
Es el miedo descontrolado.
El que te hace correr como un caballo desbocado hacia un precipicio, o el que te hace quedarte parado ante un león cavernario, en lugar de hacerte correr hacia el árbol más cercano; ese miedo es peligroso.
Hay otra característica del miedo que se te ha pasado desapercibida cuando la he nombrado (y que te recomiendo tener en cuenta antes de enfrentarte a él): El miedo es una percepción.
Puede ser acertada o equivocada (imaginada).
Hoy en día, si vives en un lugar relativamente seguro, como pueda ser cualquier ciudad de España, los miedos son mayoritariamente imaginados.
Casi ninguno responde en última instancia a un escenario real.
Y esto nos lleva al siguiente punto.
2- Tipos de miedos buenos y malos. Y cómo combatir o superar cada uno.


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Según la existencia o no de estímulo, hay 2 tipos:
1. Miedo real:
Es el justificado. El de encontrarte ante un encapuchado armado con ojos de asesino, o ante un lobo hambriento. También es el provocado por asomarse a un precipicio, o el de tirarse con un paracaídas que podría no abrirse.
Es bueno, y no se debe combatir, es sano e importante para tu supervivencia, porque te lleva a intentar evitar el peligro de manera inmediata.
2. Miedo irreal o irracional
Malo. Caca. Es el que empieza con un pensamiento imaginario y catastrofista con pocas probabilidades de que suceda.
Miedo a que te caiga un rayo, a hablar en público, a que se muera todo el mundo (como en la peli Más allá de los Sueños… un dramón lentísimo que no ví terminar).
Son miedos en los que la realidad no existe. Solo existe un escenario completamente catastrofista creado por tu imaginación y remotamente posible.
Son miedos que pueden transformarse en fobias, o en trastornos (como la ansiedad o los ataques de pánico), y que por supuesto, interfieren completamente en nuestra felicidad y calidad de vida.
Según si estos miedos responden a la adaptación del ser para la supervivencia o no, se podría decir que el primero es “normal” y el segundo, podría acabar en “patológico”.
Los segundos, o sea, los miedos irreales o irracionales, se podrían dividir en cientos de subtipos: A la soledad, al rechazo, al fracaso, al éxito, a la muerte, a la pérdida, al compromiso, a la incertidumbre; y por supuesto todas las fobias (aracnofobia, claustrofobia, agorafobia, carcinofobia, aero o hidrofobia …)
En fin. Cientos y cientos, de trastornos por miedo.
Pero yo no voy a hablar de los trastornos, eso los psicólogos.
Yo voy a hablar de los miedos irracionales que afectan al 100% de la población y de los que penden todo el resto de miedos.
¿Cómo sabes que es el 100%?
Sigue leyendo y dímelo tú:
Vale, si pillamos los grandes miedos que afectan a todos e intentamos aunarlos en un solo miedo, yo lo llamaría MIEDO AL CAMBIO.
También podríamos llamarlo MIEDO A LA VIDA. Porque la vida es cambio. Movimiento. Y cuando se queda quieta, se cae.
Y por supuesto, también podemos llamarlo MIEDO A LA PÉRDIDA.
Voy a profundizar aún más: MIEDO AL DOLOR que podría producir una pérdida, o un cambio.
El miedo a lo desconocido, a que tu vida sea de otra manera y pierdas lo que tienes ahora. ¿Pero y si perder es la forma de ganar y ganar la forma de perder? ¿Y si cambiar es la única forma de vivir?
Te pongo un ejemplo: gané una hija y perdí un trabajo (además de mi sueño y mi tipito de veinteañera); perdí un trabajo y gané un negocio propio; gané un negocio propio y perdí en vacaciones pagadas; perdí en vacaciones pagadas pero gané la libertad de trabajar como, cuando, y desde donde yo quería.
Y así podría seguir hasta el infinito.
En fin: que un cambio sea para bien o para mal, es tu percepción. Y lo más probable es que esa misma percepción cambie con los años.
3- 2 únicas técnicas para combatir el miedo.


1- ADAPTACIÓN HEDÓNICA
Hay un estudio brutal que llevó a cabo el investigador Dan Gilbert, que hacía la siguiente pregunta a sus encuestados (ya he hablado de ella en este artículo, pero es que el descubrimiento es tremendo):
—¿Qué crees que te haría más feliz de aquí a 5 años, que te toque la lotería o quedarte paralítico?
—Por favor, la duda ofende.
Pues, error. Hay un fenómeno en la psicología humana que se llama Adaptación hedónica, y que hace que seamos capaces de acostumbrarnos tanto a lo bueno como a lo malo y en un plazo de alrededor de un año, volvamos a nuestra felicidad anterior a un gran suceso (como el de la lotería o el de partirte la columna).
Esto lo ha medido y publicado este señor científico y todo su equipo de yankees megainteligentes, no lo digo yo.
Evidentemente hay excepciones (y las excepciones deben tratarlas los profesionales), pero lo que demuestra es que, la mayoría de mortales, estamos capacitados para recuperar siempre, nuestra felicidad o infelicidad habitual, pase lo que pase.
Nos adaptamos igual a que nos toque la lotería que a tener que dejar de andar para siempre.
Un sinsentido que es a la vez una buenísima y una malísima noticia:
1- Tú eres el responsable de programar en qué nivel de felicidad quieres estar, y tu mente, en el plazo de aproximadamente un año, te devolverá a tu nivel establecido automáticamente.
2- Eres malísimo prediciendo lo feliz o infeliz que te hará algo.
Un año después de que un incendio arrasara mi casa y la de miles de personas más, yo estaba igual de feliz. Ver los brotes verdes entre las cenizas, me producía la misma alegría que ver los pinos un palmo más altos de año en año.
Y luego, está claro que hay otros eventos en tu vida: al año conocí a la persona que, aún hoy, me gustaría que me acompañara el resto de mi vida.
Con esto hay 2 cosas que pretendo demostrar:
1- Ya no es que el miedo al fracaso, al rechazo, a la soledad, a la muerte y en definitiva, a la pérdida, sea irracional (y posiblemente irreal) y el hecho de que ocurra vaya a hacer del resto de tu vida un infierno.
Si no que, al fin y al cabo, aunque terminara pasando ese worst case, solo supondrían cambios que, una vez aceptes y dejes a la adaptación hedónica hacer su trabajo, darán paso a una nueva etapa de tu vida igual de válida que la anterior. (Y en última instancia, igual de feliz).
Sí, quedará un agujero grande en tu interior, pero se puede aprender a vivir con él e incluso a ir rellenándolo despacito.
2- No tienes que hacer nada. Esta técnica funciona sola.
2ª TÉCNICA: TRABAJO MENTAL (MEDITACIÓN)
¡Ojo-cuidao! No estoy diciendo que meditar sea la solución a todos tus problemas, lo que digo es que meditar es la única forma que tienes de entrenar tu mente para reconocer tus emociones, ponerles nombre, aceptar que están ahí como el que acepta que tiene una nariz grande y que le pierde el chocolate, y cuando estés harto de sentirlas. Cuando ya no quede más que sentir, solo entonces podrás dejarlas ir.
“Dejar ir” No es más que un eufemismo de “retomar las riendas de tu vida y dejar de vivir en ese piloto automático que habías puesto porque no tenías energía para más”.
La pérdida de una persona fundamental en tu vida (uno de mis mayores miedos), es quizá uno de los escenarios en los que más cuesta recuperar tus riendas.
Pero que cueste no quiere decir que no puedas recogerlas nunca más.
Esto es lo que hace la meditación además de aburrirte o estresarte aún más las primeras veces:
1- Entrenarte para controlar los pensamientos que pasan por tu cabeza: Cuando hayas practicado 200 veces durante 5 minutos el centrarte solo en cómo el aire entra y sale por tu nariz, por ejemplo, empezarás a darte cuenta de que el primer día no lo conseguiste durante más de 3-4 segundos (literal) y que 200 intentos más tarde, a lo mejor ya lo consigues 20.
A simple vista, parece una soberana gilipollez (perdón por la expresión) “¿Para qué demonios quiero yo conseguir enfocarme en la respiración durante 20 segundos?”
Esos 20 segundos, suponen un avance BRUTAL en tu control mental. Significan que eres capaz de controlar tu mente 4 veces más de lo que eras capaz al inicio.
Tu control sobre ti, se multiplica x4.
2- Esto, sin que tú lo sepas, significará que eres capaz de reconocer mucho mejor tus pensamientos y emociones (4 veces mejor que antes). Y es justo cuando sabes reconocerlas, que puedes empezar a aprender a controlarlas.
3- Para que la meditación te ayude a controlar tus emociones, tienes que explorarlas:
Por ejemplo: Cuando te viene la tristeza, o la apatía o la sensación de asfixia, o el pensamiento de que nunca saldrás de ese pozo, explora tu cuerpo: piensa en qué sientes en el estómago, en los ojos, si la boca se te queda seca, si se contraen tus músculos…
4- Tú tampoco te darás cuenta de esto, pero cuando las hayas explorado las suficientes veces, estarás tan harto de ellas, y las conocerás tan bien que pasarán a resultarte mucho más indiferentes. Poco a poco, dejarán de venir a molestarte tanto, sus visitas se espaciarán y cuando lleguen tú las verás de manera diferente. No las sentirás tan intensamente como al principio.
La meditación es un trabajo mental tan sano como el muscular. Muscular es fundamental para no tener problemas de espalda; meditar es fundamental para no tener problemas mentales; y esforzarte por comer sano, fundamental para no caer enfermo con cada virus que se te cruza.
Todo implica trabajo.